miércoles, 6 de octubre de 2010

Refugio


Salir de su refugio implicaba un gran esfuerzo, los sonidos e imágenes del exterior la golpeaban sin piedad. Amaba su soledad más que a nada, en ella se sentía libre aunque a veces la asaltara una especie de angustia repentina sin motivo aparente. Imaginaba mil historias, la suya a la cabeza. Añadía condimentos a su pasado para imaginar cómo hubiese sido su presente, creaba futuros asombrosos en su mente, se divertía. Creía firmemente que la humanidad no evolucionaba, más bien todo lo contrario, la gente se comunicaba a través de las redes sociales, el mal humor imperaba y los países luchaban entre sí, los niños padecían los errores de los adultos y las mujeres sostenían a sus hombres casi sin ganas ya. No existía nada interesante fuera, nada, todo lo bueno estaba al alcance de su mano: Su portátil, sus pelis, su música, su comida. La última vez que visitó el mundo exterior su cabeza comenzó a dar vueltas, los hombres la perseguían como si nunca hubiesen visto a una mujer. Susurraban cosas, se acercaban impacientes. Corrió desesperada y una vez en casa decidió no volver a salir nunca más, esperaría una próxima vida. Habitaba en ésta por equivocación.

7 comentarios:

RAMPY dijo...

Yo alguna vez, también me he sentido así. Un beso.

aaaa dijo...

perfecta descripción de la soledad... pero se puede amarla?

besos

coco dijo...

Yo soy asi.
(Casi me sale: yo soy esa)
Besazo!

Dean dijo...

Un aislamiento bastante peligroso, la agorafobia puede ser el resultado de experiencias nefastas y no sería nada raro que surgiera como consecuencia de este mundo virtual en el que vivimos, que nos conduce a tenerle miedo al mundo real; ya se que tus relatos son ficción, pero siempre van cargados de una veracidad increible.
Un saludo.

Mcrow dijo...

Extraordinario Andre.
Te mando un abrazo.

Antonio Martín Bardán dijo...

Recuerdo una época feliz en que habitaba en un refugio, una casita de pueblo, muy cerca del campo y del río, rodeado de libros y música.
Y me costaba mucho salir de ahí. Recuerdo que alguna vez venía a visitarme algún viejo amigo, y yo casi no sabía ni hablar. Tan acostumbrado al silencio me hallaba, que me costaba expresarme en un lenguaje normal.
Después volví a la gran ciudad enloquecida, al viejo Madrid, pero... deseando estoy regresar al algún sitio similar a aquél, de hace 30 años.

Un saludo, Andrea.

Juan de la Cruz Olariaga dijo...

Lindo, original y peligroso...principalmente eso de esperar otra vida. Esta vale, esta hay que vivir, para la otra hay tiempo. Interesante relato, me gustó, como todo lo que me atrapa sin proponerselo. Un beso más que grande, espero que estés bien, te aviso que tu presencia deja algo especial en mi lugar.