domingo, 30 de mayo de 2010

Creer




Escribir con Ángel ha sido toda una experiencia, desde que lo leí por primera vez descubrí que me identificaba enormemente con su forma y estilo. Por fin me atreví y le propuse algo que daba vueltas en mi cabeza desde hacía tiempo, me alegró mucho que aceptara. Es narrador y poeta, profesor de enseñanza inicial y primaria en Buenos Aires, con una gran trayectoria literaria a sus espaldas. El caso es que tomé un fragmento de mi libro (aún no publicado) y se lo envié solicitándole que escriba una versión 'masculina' del mismo. Es un texto un poco fuerte en el que la protagonista descubre un engaño, lo adapté para que no sea demasiado largo, me interesaba mucho conocer el punto de vista de un hombre, qué le sugería mi texto. Me envió un relato cinco estrellas, escrito con su estupendo estilo, tocando la fibra más íntima de un hombre que es descubierto por su esposa en una infidelidad, en fin, una maravilla. Pubicaré los textos en dos entradas para que no sea un post demasiado largo. Gracias Ángel, ha sido un gran placer leer tu trabajo.


'Creer', por Andrea Paparella:

Decido pasar a recogerlo por el trabajo, me apetece darle una sorpresa, voy con la niña. Al llegar miro a través de los cristales, buscándolo. Lo localizo en un rincón hablando con alguien, me mantengo observando, aparentemente todo es correcto sólo que... Fijo mi atención en la mujer con la que habla, labios muy pintados, vaqueros ajustados, tetas grandes, quizá un poco vulgar. Observo, cuando acaban la conversación, una mirada muy elocuente por parte de ella y a mi marido deslizar muy lentamente un dedo a lo largo de su brazo mirándola con deseo ¡Dios! Necesito sentarme o caeré al suelo de bruces. Comienzo a temblar, la sangre se retira violentamente de mi rostro. Condenado hijo de puta, por eso no me tocaba, la vida no puede ser más injusta. De pronto me entran ganas de vomitar, no quiero que me vea, no quiero ver la culpa reflejada en su rostro porque eso significaría que siente lástima por mi. Estaba tan segura de tener un hombre de bien a mi lado ¿Cómo pude equivocarme tanto? La desilusión es tan brutal que me aplasta, me deja sin respiración, me hace iniciar una caída libre que no se detiene. Siento vértigo ante lo que me espera ¿Qué voy a hacer? Me voy a casa a toda leche, me ducho, preparo la cena, baño a los niños, los alimento, juego un rato con ellos y los meto en la cama antes de lo acostumbrado. Lo espero nerviosa, impaciente, impotente. No sé qué diré cuando llegue, sólo espero con la mente en blanco. Cuando escucho las llaves en la puerta, mis puños se cierran involuntariamente. Cuando entra y dice hola con una sonrisa pierdo el control. Me ahogo, mi garganta se cierra, mi vista se nubla, me arrojo sobre él golpeándolo con los puños. Lloro y golpeo, golpeo y lloro. Me atraganto con los mocos, me escuecen los ojos. Lo miro de frente, su cara lo dice todo, me pide avergonzado que me tranquilice, que respire, su mirada esta cargada de culpa y quizá arrepentimiento, miedo al verme en este estado. No hablamos, no es necesario, ya sabe de qué va esto. Trato de recuperarme respirando con fuerza, lo digo todo con los ojos, con el cuerpo, él comprende. Me tomo un tranquilizante y me voy a la cama. No duerme conmigo, lo hace en el salón. Cuando la niña despierta para mamar la cojo mecánicamente y la dejo succionar todo el tiempo que quiera, no estoy allí, sólo quiero desaparecer.
La angustia atenaza mi estómago, comprendo claramente que no hay salida, tengo las manos atadas. Los días siguientes son espantosos, apenas nos miramos. Se acerca y pronuncia mi nombre en voz baja, no contesto, estoy en trance y además me es imposible mirarlo a la cara. Tras unos días  vuelve a intentarlo, se dirige hacia mi con lágrimas en los ojos, me coge por los hombros y pide perdón, un perdón sentido y verdadero según creo. Pequeñas convulsiones sacuden sus hombros a causa del llanto. Dice que está arrepentido, no volverá a suceder, que lo intentemos por los niños, me quiere muchísimo. Esa tía del trabajo se irá pronto, no volverá a verla, no le interesa, fue algo sin importancia. Necesito creer en sus palabras y lo hago aunque mi rostro se transforme en  la misma imagen de la desolación al comprobar que duermo hace años con un desconocido.



Continúa en la entrada siguiente, con el texto de Ángel.

Creer, por Ángel Pinedo.





¿Cómo pudo exponerme así? ¿En qué “carajo” estaría pensando? ¿En qué, me querés decir? Sabés una cosa, para mí, en todo esto, hay algo raro… Cómo decirlo, no sé, algo que no me cierra, que huele mal… Y mirá que este presentimiento no lo tengo desde ahora; ya hace rato que me viene “carburando en la cabeza”… ¿Cómo…? Pero, por favor, querido, no digas estupideces… Hace tiempo que estás en Madrid, ¿todavía no conocés a las “gallegas”? Estas minas no deciden, así porque sí, ir al trabajo de uno a buscarlo. ¿Entendés lo que te quiero decir? ¿O me lo vas a negar? Bueno, ¡perdón! No sabía que estaba hablando con un feminista. ¿Vos sos mi amigo, no? ¿Que por qué te lo pregunto? Porque, la verdad, es que te desconozco hablando. ¿Vos acaso no estás divorciado? ¡Y bueno, boludo, entonces dejate de joder! ¿Qué harías vos si se te presenta la oportunidad? ¿Queeeé? Che, definitivamente, a vos te cambiaron… No, no podía decirle que “no”… La mina me buscaba permanentemente. Y no podía evitarlo, cada vez que se acercaba, se me iban los ojos. Hasta transpiraba, creo. ¿Me vas a decir que ella no se daba cuenta? La verdad, no sé para qué te llamé… Lo único que hacés es llenarme de reproches. No, pará, no te vayas, me interesa tu opinión… Disculpame, cuando estoy nervioso, digo cualquier cosa. Sentate. ¿Querés otro café? Ey, muchacho, ¿no me trae otro? Sentate, por favor ¿Qué, ahora te tengo que rogar? Dale, sentate. No te traje acá para que me dejés hablando solo. Bancame… Te juro que un rato te libero. Además, si no cuento con vos, en quién voy a confiar… ¡Uy, otra vez…! No, no es nada… No te asustes. A veces, me duele el pecho… No sé cómo explicarlo, siento como si me lo estuvieran pisando… Pero no te preocupes, debe ser por la angustia que tengo, ¿no? Desde que dejé Buenos Aires, nunca volví a ser el mismo. ¿Qué me preguntaste? Disculpá, no te escuché. Siempre me pasa, más cuando llueve. Me quedo mirando el brillo del asfalto o las burbujas que se forman en cada charquito de agua. Y si estoy frente a una ventana, como ahora, es peor. ¿A vos no te pasa? Qué raro, a mí sí. Me pierdo. La mente se me pone en blanco. Me fascina seguir el recorrido de las gotitas en el vidrio o dibujar con el dedo sobre el vidrio empañado. ¿De qué te reís? Dejá, no me des bola, sigamos… ¿Podés dejar de mirarme con esa cara? No me gusta ponerme así, disculpame. Al final, tenía razón, no sé para qué te llame… ¡Qué papelón, por Dios! ¿Que por qué lloro? No sé, o sí… Por momentos, me siento muy solo, ¿entendés? A veces, me pregunto: “¿Para qué mierda vine acá?” Tendría que haberme quedado en mi país. ¿Sabés lo que extraño a los míos? Sí, ya sé que vos estás en la misma… Pero, al menos, no estás metido, como yo, en este “flor de quilombo”. ¿Qué querías que hiciera? Las cosas cambiaron mucho… Todo se fue empeorando…Para qué te voy a mentir. Al final, ya ni siquiera nos tocábamos. Ella siempre estaba cansada, quejosa; y yo, siempre de mal humor. Y casi sin sospecharlo, poco a poco, cada uno se fue encerrando más en su propio mundo, en su burbuja, en su propia lluvia y en su propio charco. Día tras día, olvidándose del otro, a punto tal de llegar a considerarlo una molestia, un estorbo, la asfixia misma. Bueno, vos lo sabrás… No hace tanto que pasaste por una situación parecida. Llega un momento que la sensación de ahogo es tal, que te exige huir deliberadamente a donde sea. Como si te estuvieras escapando del peor enemigo o del más perfecto desconocido. Como si te estuvieras escapando no sólo de ella, sino también hasta de tus propios hijos e, inclusive, hasta de vos mismo. Para colmo, lo peor del caso es que, cuando te das cuenta, ya es demasiado tarde, y no hay marcha atrás, todo se vuelve irremediable. ¿Qué todavía estoy a tiempo? ¿A tiempo de qué? Definitivamente, vos te volviste loco… Tenías que haberle visto la cara… Desde que la conozco, te juró que jamás la vi así. Nunca pensé que el odio podía notarse tanto en los ojos. Bah, en realidad, no sé si era odio o impotencia. Lo cierto es que estaba pálida, transparente… Me pegaba tanto, no sabés cómo me pegaba. Me pegaba acá, en el pecho, el mismo pecho que a veces me duele como si me lo estuvieran pisando. Y yo, nada, no decía nada, no me salían las palabras. Sólo miraba su boca, intentaba descifrar lo que decía, pero se movía tan lentamente que me era imposible escucharla. ¿Te das cuenta? ¡Fue terrible, no sabía cómo reaccionar…! ¿Que qué hice entonces? Lo único que podía hacer, encerrarme en el cuarto, insultar y llorar… Estuve así no sé cuántos días… Por eso te llamé. ¡Tal cual! Tenés razón, debe ser así, como decís…¿Ves que no me equivoqué?¡Ey, muchacho…! ¡Muchacho…! ¿Qué le debo? No, está bien, déjelo así… ¿Que qué estoy haciendo? ¡Me vuelvo, eso hago! ¿Que el loco soy yo? Sí, tal vez… Y te lo agradezco… ¿Por qué? No sé, de algún modo, mientras hablábamos no pude dejar de observar esas cintitas que siempre llevás en la solapa. Ya hace siete años que estamos acá, y vos nunca dejaste de ponértelas… Seguramente, es una especie de rito que te identifica y no te permite olvidar... Mi caso fue distinto, recién ahora me doy cuenta. Al poco tiempo de llegar, me hice de un trabajo y una familia… Y me olvidé completamente de dónde venía… Es más, la había pasado tan mal allá, que hasta hice lo imposible para no recordar… Hasta que apareció ella, la chica del trabajo. Ella es argentina, no sé si te lo dije. Ahora que lo pienso bien, quizás, fue eso lo que más me atrajo de ella, el hecho de que fuera argentina, y no tanto su apariencia física. Sí, fue eso nomás… Desde el primer momento, me perdí en sus modos. Eran sus porteñismos los que me trasportaban en el tiempo… Y cada vez que la miraba, a través del espejo de sus ojos, me veía jugando en el patio de esa que sigue siendo, mal que me pese, la casa de mi infancia. Sí, cada vez que la veía, Buenos Aires me golpeaba de lleno, en el alma, en todo el cuerpo… ¿Entendés lo que te digo? ¿Cómo pude ser tan necio? Indudablemente, confundí las cosas… Por eso me vuelvo. Tal vez, todavía pueda cambiar el curso de los acontecimientos. Tenés razón, vos mismo lo dijiste, es inútil cerrar las puertas sin abrir ventanas. Ya mismo voy a comprar los billetes. Le pediré disculpas mil veces. Me arrodillaré, si es necesario. Sólo espero que me entienda y me acompañe. Porque los necesito a los tres, porque sin ellos, sin dudas, no habrá lugar ni patria que alcance.


Un texto de Ángel Pinedo.

viernes, 14 de mayo de 2010

Impertinentes


¿Tus labios me echan de menos? ¿Buscan mi piel? ¿Todavía recuerdan mis formas? ¿Mi sabor? Creo que no, ellos ignoran ya mis lágrimas, mi oculta amargura, mi ansiedad por volver a tocarlos. Los recuerdo tan bien que casi puedo verlos frente a mi. Es entonces cuando decido apartarlos de mi memoria porque el dolor molesta, ahoga. Miro a un costado buscando otra imagen, algo bonito. Un hermoso jardín vecino aparece en mi campo visual, una gran mancha verde y una mesa blanca en el centro, una voz, una niña corriendo tras un balón. Distráeme vida, lléname de olores, visiones y sabores, necesito mantener ocultos aquellos labios en el fondo de mi memoria, que no salgan. Resulta que es posible engañar a la memoria, resulta que con un poco de práctica puedo obligarla a recordar sólo lo que deseo recordar, pero no del todo. A veces los muy impertinentes osan invadir mis sueños recorriéndome entera. Me obligan a sentir nuevamente toda su jodida dulzura y su avidez sin límites, despertándome llena de un amor que no soy capaz de entregar a nadie.

sábado, 1 de mayo de 2010

Un flash



Tenía unos 17 años y se había enamorado perdidamente de un chico al que todos llamaban Filippo, un moreno de ojos azules que estaba como un tren. Una noche la besó y creyó que era su novia por fin, joder, qué ingenua era, le había costado mucho despertar su interés, sus ojos se iban tras las grandes tetas de algunas de sus amigas, desgraciadamente las suyas parecían limones, además era tímida, así que le resultó bastante difícil pero finalmente consiguió su beso. Llegó a casa tan absolutamente en trance que su familia se preocupó un poco. Durante dos semanas no supo de él, imaginó toda clase de historias, desde una muerte repentina hasta un viaje sin retorno, también pensó que sencillamente pasaba de ella. Finalmente apareció, la llamó para invitarla a una fiesta, en su casa, muy cerca de la suya, dijo que habría mucha gente, que se pusiese guapa y que tenía ganas de verla, se sintió muy feliz. Aquella noche, cuando él abrió la puerta para recibirla, todo estaba oscuro, no había nadie, permanecieron un rato en el salón esperando pero nadie aparecía. Preguntó que sucedía, dónde estaban todos, y mientras la besaba ansioso susurró que a último momento decidió cancelar la fiesta, le apetecía estar a solas con ella, la había echado de menos. Saltaron sus alarmas porque imaginó el resto de la historia. En escasos diez minutos (los que bastaron para pasar del salón a la habitación) su cabeza trabajó a toda leche. El tío le gustaba muchísimo pero la había engañado para lograr sexo, además ella era virgen joder, no se sentía arropada, ni querida, ni cuidada, más bien todo lo contrario. Casi sin darse cuenta se encontró en la cama con un tío muy guapo sobre ella. Un flash atravesó su cerebro, le dijo que no, no era el momento ni el lugar. Fue muy difícil quitárselo de encima, prácticamente tuvo que salir corriendo para que la dejase en paz, escapó humillada y herida en lo más profundo. Caminó hacia su casa con lágrimas en los ojos llamándose imbécil, lo había dejado escapar, ya no lo volvería a ver, y así fue, él no volvió a dirigirle la palabra pero ella lo amó en silencio durante mucho tiempo.