La ventana se encontraba abierta de par en par, la brisa acariciaba su cuerpo haciéndole cosquillas, una delicia. Procuró mantenerse inmóvil para facilitar su recorrido. Observó el exterior con el rabillo del ojo, un día espléndido. Así de espléndida deseaba que fuese su vida a partir de ahora, lo intentaría con todas sus fuerzas. Para eso debía pensar en lo realmente importante, demasiadas gilipolleces ocuparon su mente en el pasado, ya no. Recordó aquel día en particular en el que descubrió lo mejor de lo mejor, lo más increíble que puede existir en este mundo, lo único que hacía que su despertar fuese dulce y alegre, lo único que lograba que se levantase de un salto de la cama, lo que la hacía bailar y cantar de forma repentina y alocada, lo que le daba fuerzas cuando el cansancio la aplastaba. Desde que descubrió la sonrisa de su hijo, el mundo ya nunca volvió a ser el mismo.
sábado, 4 de septiembre de 2010
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7 comentarios:
Tierno relato. Me gusto mucho.
un beso
Mucho tiempo sin visitarte, entre el estudio y otros quehaceres diarios, proyectos personales, uno no da a basto, pero me da gusto visitar tu espacio y comentar, buen texto veo que sigues igual de bien que siempre, incluso superandote, saludos y afectos.
Frank.
Delicado relato con una carga de ternura que sólo es capaz de darlo el amor por un hijo. Me ha gustado mucho.
Un abrazo
Es increible el amor que se puede llegar a tener por los hijos. Precioso texto.
Un saludo.
Hay muchas cosas por descubrir y, siempre, en una vida bella.
Un abrazo
Excelente texto, Andrea, que sólo descubres al final. Estás escribiendo muy seguido, albricias!
un hermoso texto.
Un placer leerte y saludarte
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