viernes, 16 de noviembre de 2018

Ciudades

Nací en Buenos Aires, particular ciudad. En mi barrio había altos edificios grises de alto standing. Tras vivir tantos años en el campo, hoy me doy cuenta que el barrio de mi infancia era algo oscuro. Demasiados edificios, al sol le costaba abrirse paso. Había, y hay también hoy, muchos balcones enrejados hasta el techo, son como pequeñas cárceles, una costumbre muy bonaerense. Protección absoluta para niños y mascotas. 
De pequeña mi pasión era observar. Solía sentarme en el suelo del balcón para ver a la gente pasar. Justo frente a mi edificio había una heladería. Los de vainilla y dulce de leche eran mis favoritos. Tomábamos cantidades industriales de helado frente a la tele con mi hermano pequeño. Soñábamos con instalar una cuerda con una pequeña cesta en el balcón, que llegara hasta la heladería, para no tener que bajar con tanta frecuencia. Comíamos además muchísimas golosinas (también las vendían en la heladería), bolsas enteras. Sobre todo mi hermano, era un verdadero glotón.
Recuerdo claramente aquellos días. Sus aromas. Nuestros vecinos. El amable y solícito portero. 
El momento de elegir el sabor del helado, o la película que veríamos. La pequeña angustia en la boca del estómago cuando me disponía a hacer aquello que me encantaba sin poder disfrutarlo del todo porque sabía que no había estudiado para el día siguiente. La inquietud de siempre, quedarme hasta altas horas de la madrugada estudiando o levantarme al alba y hacerlo al amanecer. Y luego aquellas siestas eternas. Siempre adoré la siesta. 
Cuando me planteo visitar nuevamente mi ciudad mi cabeza no responde. Me gustaría encontrar la misma estampa, sin embargo sé que encontraré algo muy distinto. Como la última vez, hace 6 años. Llegué a una ciudad desconocida llena de gente conocida. Y me asusté.

martes, 13 de noviembre de 2018

Creces

Quiero apartarme del silencio. ¿Por qué creo que el resultado es más positivo si no hablo? ¿Quién me ha metido esa idea en la cabeza? Tengo mucho que decir pero de alguna absurda manera creo que todo el que se comunica conmigo me entenderá mejor si en determinados momentos, cuando se hace indispensable una aclaración, callo. Quizá pienso de forma inconsciente que mi cuerpo hablará mejor que yo. Cuando me fallan las palabras tiro del gesto, se me da bien. Aunque a veces no callo y hablo demasiado. Creo que esos chutes de silencio luego me pasan factura. Momentos en los que siento que hablar mucho me ayudará a distraerme. Soledad. Sólo pensar en ella me llena los ojos de agua. Pero vamos, que no dura nada. Porque esta vez es diferente, y una pizca de autocompasión me hace humana pero no cambiará mis planes. Esta soledad ha sido buscada, muy necesitada. Hará de mí la mujer que quiero ser. Al menos eso espero. Algunas cosas me preocupan un poco. Joder, ¿y si me enfermo?¿y si pierdo la razón aquí, en medio de la nada? (soy persona de miedos inverosímiles) Pero luego me relajo. No pasa nada mujer, no estás en la luna, a 10 minutos hay algo de civilización.  Entonces pienso en hacer cosas diferentes, pero no tan diferentes, porque cuando haces cosas demasiado diferentes destacas, y si destacas las personas se acercan con entusiasmos desmedidos. Entusiasmos que me irritan. No es que no sepa de entusiasmos pero sé dosificarlos, eso también se me da bien. Y entonces, por encajar bien en mi entorno, intento hacer las cosillas que todo el mundo hace: trabajar, salir a caminar, compras, lectura, un cine y  algo de ejercicio, en fin, cosillas que me hacen medio feliz porque encajar es importante. Tengo experiencia. Encajo bien porque soy simpática y tengo conversación fácil, dicen. Destacar es otra cosa. Momento silencio. Momento gesto para empoderar la palabra. Un hueco amoroso entre las manos. Merece mil caricias y mucho respeto. Pero tampoco hay que ponerla en pedestales inalcanzables. Hay personas que eligen NO destacar. Porque sin destacar ganan. Porque destacando en la intimidad de tu universo todo cambia de color y creces, creces.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Señales

No tenía mucho que decir, pero ahora, poco a poco, acuden a mí las palabras. Todo cambió. Dejé de necesitar que me comprendan. El espejo me devuelve una imagen extraña. Inspecciono mi rostro y encuentro señales que me recuerdan que el tiempo ha pasado. Cada nueva señal despierta en mí cierta ternurita. En ocasiones intento actuar de acuerdo a esa imagen pero no me sale bien. No importa, lo asumí hace tiempo, me cuesta encontrar la visión adecuada. No sé fingir. Creo que dejaré de intentarlo. 

viernes, 2 de noviembre de 2018

Volver

Dejé de escribir hace tiempo. No podía. Me dolían las manos y los ojos cuando lo intentaba. Me dolía el cerebro. Me sentía seca. Pensé que merecía el recreo. Sencillamente transitar sin peso. Distraer a los sentidos. Aplacar las emociones.
Durante el largo intervalo me escuché poco. Lo hice porque así lo quise. Nunca hago nada sin pensarlo antes. No sé si vuelvo, pero al menos hoy, en este instante, tecleo.