Sus ojos dorados, nunca vistos, no parecían formar parte de su rostro, tenían vida propia. Solían dejarme sin aliento; me intimidaban, recorrían y exigían. Mis ojos claros solían dejarlo sin aliento; desafiaban, admiraban; suplicaban y mimaban. Un arduo combate que ambos perdimos. Hoy se aloja firme y hermoso, en el más frecuentado rincón de mi memoria.
domingo, 18 de septiembre de 2011
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1 comentario:
Por casualidad, ¿te refieres a mí? Me pasa todo eso que dices cuando miro tu bellísimo rostro. Me tiembla el pulso, se me cae la cucharilla del café en el suelo, derramo el café sobre mi regazo, me muerdo la lengua y me lloran los ojos...
Un beso, guapa.¡¡ Aynsssss, quién tuviera 40 años menos!!
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