domingo, 30 de mayo de 2010

Creer, por Ángel Pinedo.





¿Cómo pudo exponerme así? ¿En qué “carajo” estaría pensando? ¿En qué, me querés decir? Sabés una cosa, para mí, en todo esto, hay algo raro… Cómo decirlo, no sé, algo que no me cierra, que huele mal… Y mirá que este presentimiento no lo tengo desde ahora; ya hace rato que me viene “carburando en la cabeza”… ¿Cómo…? Pero, por favor, querido, no digas estupideces… Hace tiempo que estás en Madrid, ¿todavía no conocés a las “gallegas”? Estas minas no deciden, así porque sí, ir al trabajo de uno a buscarlo. ¿Entendés lo que te quiero decir? ¿O me lo vas a negar? Bueno, ¡perdón! No sabía que estaba hablando con un feminista. ¿Vos sos mi amigo, no? ¿Que por qué te lo pregunto? Porque, la verdad, es que te desconozco hablando. ¿Vos acaso no estás divorciado? ¡Y bueno, boludo, entonces dejate de joder! ¿Qué harías vos si se te presenta la oportunidad? ¿Queeeé? Che, definitivamente, a vos te cambiaron… No, no podía decirle que “no”… La mina me buscaba permanentemente. Y no podía evitarlo, cada vez que se acercaba, se me iban los ojos. Hasta transpiraba, creo. ¿Me vas a decir que ella no se daba cuenta? La verdad, no sé para qué te llamé… Lo único que hacés es llenarme de reproches. No, pará, no te vayas, me interesa tu opinión… Disculpame, cuando estoy nervioso, digo cualquier cosa. Sentate. ¿Querés otro café? Ey, muchacho, ¿no me trae otro? Sentate, por favor ¿Qué, ahora te tengo que rogar? Dale, sentate. No te traje acá para que me dejés hablando solo. Bancame… Te juro que un rato te libero. Además, si no cuento con vos, en quién voy a confiar… ¡Uy, otra vez…! No, no es nada… No te asustes. A veces, me duele el pecho… No sé cómo explicarlo, siento como si me lo estuvieran pisando… Pero no te preocupes, debe ser por la angustia que tengo, ¿no? Desde que dejé Buenos Aires, nunca volví a ser el mismo. ¿Qué me preguntaste? Disculpá, no te escuché. Siempre me pasa, más cuando llueve. Me quedo mirando el brillo del asfalto o las burbujas que se forman en cada charquito de agua. Y si estoy frente a una ventana, como ahora, es peor. ¿A vos no te pasa? Qué raro, a mí sí. Me pierdo. La mente se me pone en blanco. Me fascina seguir el recorrido de las gotitas en el vidrio o dibujar con el dedo sobre el vidrio empañado. ¿De qué te reís? Dejá, no me des bola, sigamos… ¿Podés dejar de mirarme con esa cara? No me gusta ponerme así, disculpame. Al final, tenía razón, no sé para qué te llame… ¡Qué papelón, por Dios! ¿Que por qué lloro? No sé, o sí… Por momentos, me siento muy solo, ¿entendés? A veces, me pregunto: “¿Para qué mierda vine acá?” Tendría que haberme quedado en mi país. ¿Sabés lo que extraño a los míos? Sí, ya sé que vos estás en la misma… Pero, al menos, no estás metido, como yo, en este “flor de quilombo”. ¿Qué querías que hiciera? Las cosas cambiaron mucho… Todo se fue empeorando…Para qué te voy a mentir. Al final, ya ni siquiera nos tocábamos. Ella siempre estaba cansada, quejosa; y yo, siempre de mal humor. Y casi sin sospecharlo, poco a poco, cada uno se fue encerrando más en su propio mundo, en su burbuja, en su propia lluvia y en su propio charco. Día tras día, olvidándose del otro, a punto tal de llegar a considerarlo una molestia, un estorbo, la asfixia misma. Bueno, vos lo sabrás… No hace tanto que pasaste por una situación parecida. Llega un momento que la sensación de ahogo es tal, que te exige huir deliberadamente a donde sea. Como si te estuvieras escapando del peor enemigo o del más perfecto desconocido. Como si te estuvieras escapando no sólo de ella, sino también hasta de tus propios hijos e, inclusive, hasta de vos mismo. Para colmo, lo peor del caso es que, cuando te das cuenta, ya es demasiado tarde, y no hay marcha atrás, todo se vuelve irremediable. ¿Qué todavía estoy a tiempo? ¿A tiempo de qué? Definitivamente, vos te volviste loco… Tenías que haberle visto la cara… Desde que la conozco, te juró que jamás la vi así. Nunca pensé que el odio podía notarse tanto en los ojos. Bah, en realidad, no sé si era odio o impotencia. Lo cierto es que estaba pálida, transparente… Me pegaba tanto, no sabés cómo me pegaba. Me pegaba acá, en el pecho, el mismo pecho que a veces me duele como si me lo estuvieran pisando. Y yo, nada, no decía nada, no me salían las palabras. Sólo miraba su boca, intentaba descifrar lo que decía, pero se movía tan lentamente que me era imposible escucharla. ¿Te das cuenta? ¡Fue terrible, no sabía cómo reaccionar…! ¿Que qué hice entonces? Lo único que podía hacer, encerrarme en el cuarto, insultar y llorar… Estuve así no sé cuántos días… Por eso te llamé. ¡Tal cual! Tenés razón, debe ser así, como decís…¿Ves que no me equivoqué?¡Ey, muchacho…! ¡Muchacho…! ¿Qué le debo? No, está bien, déjelo así… ¿Que qué estoy haciendo? ¡Me vuelvo, eso hago! ¿Que el loco soy yo? Sí, tal vez… Y te lo agradezco… ¿Por qué? No sé, de algún modo, mientras hablábamos no pude dejar de observar esas cintitas que siempre llevás en la solapa. Ya hace siete años que estamos acá, y vos nunca dejaste de ponértelas… Seguramente, es una especie de rito que te identifica y no te permite olvidar... Mi caso fue distinto, recién ahora me doy cuenta. Al poco tiempo de llegar, me hice de un trabajo y una familia… Y me olvidé completamente de dónde venía… Es más, la había pasado tan mal allá, que hasta hice lo imposible para no recordar… Hasta que apareció ella, la chica del trabajo. Ella es argentina, no sé si te lo dije. Ahora que lo pienso bien, quizás, fue eso lo que más me atrajo de ella, el hecho de que fuera argentina, y no tanto su apariencia física. Sí, fue eso nomás… Desde el primer momento, me perdí en sus modos. Eran sus porteñismos los que me trasportaban en el tiempo… Y cada vez que la miraba, a través del espejo de sus ojos, me veía jugando en el patio de esa que sigue siendo, mal que me pese, la casa de mi infancia. Sí, cada vez que la veía, Buenos Aires me golpeaba de lleno, en el alma, en todo el cuerpo… ¿Entendés lo que te digo? ¿Cómo pude ser tan necio? Indudablemente, confundí las cosas… Por eso me vuelvo. Tal vez, todavía pueda cambiar el curso de los acontecimientos. Tenés razón, vos mismo lo dijiste, es inútil cerrar las puertas sin abrir ventanas. Ya mismo voy a comprar los billetes. Le pediré disculpas mil veces. Me arrodillaré, si es necesario. Sólo espero que me entienda y me acompañe. Porque los necesito a los tres, porque sin ellos, sin dudas, no habrá lugar ni patria que alcance.


Un texto de Ángel Pinedo.

2 comentarios:

MarianGardi dijo...

Según mi humilde opinión el texto no está mal, pero la forma de hablar por ejemplo: "Estas minas no deciden, así porque sí". (dirigiéndose, si no me equivoco a personas)¿qué son minas?
En España,las minas son de carbón, etc. etc.
Luego los modismos o los giros de una lenguas como: "Entendés, boludo" y otras parecidas, si un escritor quiere que su obra sea leída y entendida en todas partes a de cuidar el argot,o no abusar de él.
Sinceramente, encuentro muchas palabras y poco contenido.
Muchos signos de preguntas, exclamaciones, rodeos innecesarios, para alargar lo que se quiere decir.
Yo amo el minimalismo, y la concisión en as palabras. Será por eso, no me hagan mucho caso.
Un abrazo Andrea


no deberia de usarse demasiado en literatura

Andrea dijo...

Querida Marian, desde luego se respetan todas las opiniones pero permíteme aclararte que el texto está escrito de esta forma con toda intención, es decir, se está representando un papel, se supone que es una pareja compuesta por una española y un argentino, de ahí el uso del argot. Te aseguro que Ángel no utiliza ningún tipo de argot en sus escritos normalmente. Me temo que no has visto la esencia del mismo, lo que se plantea, las inquietudes de un inmigrante que forma una familia lejos de su hogar, etc. Y pienso, querida Marian, que un buen lector debe adaptarse a todo tipo de lecturas, lleven argot o no. Por cierto, también amo el minimalismo. Considero que es un estupendo relato y por eso lo he publicado en mi blog, obviamente, Un saludo!