Aún con los ojos cerrados podía verlo todo, mi propia honestidad me asfixiaba. Un mundo demasiado pequeño parecía querer devorarme pero mi inagotable fuente interior me rescataba una y otra vez de los brazos de la mediocridad. Mi arte. Recreaba en mi mente cada segundo de la coreografía que había engendrado para reemplazar las palabras por movimientos. Las palabras ya no me servían, estaban todas dichas, escritas, usadas, ya no decían nada. Los cuerpos en movimiento expresaban más y mejor. Si te quiero, te abrazo. Si te amo, te beso. Si te temo, me alejo. Si me siento cómoda y me inspiras confianza, bailo contigo una danza eterna. Nuestros sudores y alientos unidos en el transcurso de la vida hasta agotarse. Luego el descanso y la calma. La sintonía de los cuerpos facilita la de las mentes. Te desconozco pero tu cuerpo me ha dicho que desea que continúe junto a él, obedezco porque deseo conocer el contenido de tu mente y, aunque sienta algo de temor, huelo la confianza en tu sudor y permanezco en mi sitio acurrucada, esperando. Descubrí que me amabas cuando te sentí, caminando a mi lado, anicipándote a cada uno de mis movimientos para evitar mi caída, tus brazos nunca permitieron que mi cuerpo rozase el suelo. Amante de mi talento, apartabas cada obstáculo que aparecía frente a mi facilitándome el camino, y yo, infinitamente agradecida, imploré al dios de turno que jamás perdieras las fuerzas porque tu adorable empecinamiento era lo único que lograba encender los motores de mi creatividad.
viernes, 14 de octubre de 2011
domingo, 2 de octubre de 2011
Ausencia
Con el alma atribulada, me niego a esperar, la espera mata todo intento, todo origen. Busco a ciegas. Derramo lágrimas que huelen a vida. Padezco tu ausencia sin armas, vencida a veces, rebelde otras. Me acerco cautelosa, acallando toda ilusión para no caer en picado al abismo del abandono, de puertas que no se abren. Continúo con poco, acariciando la esperanza, nada es imposible, todo está tan cerca que casi lo rozamos. Espérame sonriendo, con sábanas limpias y manos ávidas, ansío un rincón tranquilo que lleve tu nombre, remanso compartido que de sosiego a mis fantasmas.
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