Abrió los ojos por fin, necesitaba hablar. Decidió informar al mundo de su existencia, gritar sus preferencias, exigir sus derechos, buscar. Decidió ser. Deseaba protagonizar su propia película. Observó lentamente su entorno, las piernas de su marido enredadas en las sábanas, su habitación de siempre. Imaginó la respiración regular de sus hijos y pensó que esas imágenes eran demasiado conocidas, ya no podía acumular una más en su cerebro, debía cambiarlas con urgencia o moriría de pena. Moriría sin más en aquella casa sin ser escuchada ni considerada, se llevaría consigo un pasado gris en el que lo ofreció todo a cambio de nada. No, no lo permitiría. Observó su imagen en el espejo, comprobó que todavía era guapa. Buscaría un cuerpo amable que le proporcionara placer y le otorgara cariño, entregaría su amor a quien lo mereciera, crearía un acogedor espacio íntimo sólo para ella, escucharía su propia música y sonreiría mucho. Moriría feliz, sí, y se llevaría consigo un pequeño y nuevo pasado fabricado a toda prisa.