Desperté sobrersaltada, extraños sonidos golpearon mis sentidos. Miré a mi alrededor buscando su origen. Volví a sobresaltarme cuando di con el motivo. Descubrir la cara de un caballo negro en la ventana, lamiendo el cristal y dando pequeños golpes con su nariz, acabó por despertarme completamente. Supuse que se trataba de 'sangre'. Qué nombre, pobre animal. Cuánta luz. Claro, no hay persianas, pensé.
Se encontraba a mi lado durmiendo plácidamente. Una posesiva mano sobre mi brazo. Permanecí unos momentos observándolo, tan tranquilo, tan guapo. ¿Qué haría con él? Sabía que no podía plantearme nada a largo plazo. No era una pareja. No era un amigo. Era lo que era y simplemente me daba igual. Mi primer hombre. Había sido amable, cuidadoso y correcto a pesar de su aspecto y sus rarezas. En fin, necesitaba una ducha. Me levanté decidida a no mirar demasiado a mi alrededor. El desorden y la suciedad no lograrían estropear el momento. No miro, no miro. Bien, en un segundo estuve en el baño.
Me metí en la bañera. No hay grifo. No bajé los brazos, seguro que existía una forma. Estudié detenidamente mi entorno y descubrí unas tenazas en una especie de jabonera. Claro, por algo estaban allí. Las cogí y efectivamente logré abrir el grifo con ellas. Después de todo no era tan difícil vivir a su manera. No me gustó demasiado comprobar que tampoco había alcachofa. El agua salía directamente del caño golpeando bastante al llegar al cuerpo. Pero bueno, al menos tenía agua caliente, no podía quejarme.
Cuando volví a la habitación encontré un estupendo cuadro. Sobre el colchón, en el suelo, una bandeja cuidadosamente preparada con café, tostadas y atención al detalle: una flor silvestre en un pequeño vaso algo desconchado. Y él, radiante, dando pequeñas palmaditas al colchón para que me acercase.
- Buenos días preciosa. Estoy orgulloso de ti.
- ¿Por qué?
- Has abierto el grifo tu solita. Eso merece un premio y toda mi admiración. Ven aquí.
Y fui, feliz, a celebrar mi gran hazaña.