¿Y cómo hacer que entienda que no soy suya, que debo ser libre para vivir y sentir a mi manera? ¿Que este amor que me sale por los poros es incontrolable, no se detiene y abarca mucho? ¿Cómo hacer que entienda que soy diferente, no acepto normas ni entiendo reglas? El mundo es mío, lo quiero todo ¿Dónde está el límite? Cómo explicar que la única felicidad que entiendo es la que me procura el alma, cuando mi hijo me abraza y lo huelo, todo se ablanda. En mi mundo disfruto de mis propias leyes, un amor que me abrasa con ese me consuela y me habla, dice que debo entregarlo a la gente. Quizá en forma de escritos, quizá en forma real. Y entonces me pregunto. ¿Cuál es la realidad? ¿La que escribimos o la que vivimos? Me siento más real escribiendo. Mi esencia real es la que emerge cuando escribo. Cuando vivo finjo, cuando vivo actúo. Menos cuando estoy con mi hijo, con él soy real, con él me divierto. ¿Por qué lloro cuando escribo?
Siento la irrealidad cuando escucho y observo el mundo real. Conversaciones sin contenido, problemas absurdos convertidos en graves tragedias. ¿Tragedia? Tragedia es perder a alguien querido porque la muerte se lo lleva de la peor manera. Ver a los niños hambrientos y quedarte sin habla. Eso es tragedia.
Hablemos de los problemas reales, los de verdad, los que te marcan y te hacen sentir, los que te estrujan el alma. De esos sólo puedo hablar cuando escribo porque nadie comprende en la vida real. Afortunadamente existe una realidad literaria que llena más que la real, tan llena de NADA.